Los movimientos estudiantiles no son manifestaciones nuevas o modernas
sino han existido desde la fundación misma de las universidades. Sin embargo,
su estudio no concitó la atención que se merecía dentro de la historiografía
universitaria hasta hace relativamente poco tiempo, quizás porque esos “actores
flotantes”, como los denomina Bourdieu, no eran considerados importantes.
Cada movimiento estudiantil tuvo sus particularidades según la época
histórica en que se produjo su entorno geográfico o la situación política
imperante, aunque a veces, dadas sus características comunes se pueden
agrupar.
En América Latina durante la época colonial se cuenta con ejemplos de
protestas estudiantiles en diversas casas de altos estudios con motivaciones
muy disímiles. Después de la expulsión de los jesuitas hubo en algunas de las
universidades o colegios dependientes de esa Orden reacciones estudiantiles
en defensa de los expulsos. Más tarde, los jóvenes reclamaron y protestaron
por los estudios que se les impartían, atacando la filosofía peripatética, la
enseñanza del latín o criticando las estrictas normas de la administración
universitaria.
Los criollos que viajaron a Europa por distintos motivos fueron verdaderos
agentes de renovación cultural y después del proceso independentista las
motivaciones de los movimientos estudiantiles fueron otras. Se reclamaba
por una educación ilustrada, por el laicismo y por la implantación de nuevos
planes de estudios.
Las organizaciones estudiantiles nacieron prácticamente con el siglo
XX. Muy temprano los estudiantes universitarios de distintos países
americanos inspirados en las nuevas corrientes de pensamiento manifestaron
la necesidad de realizar cambios en el sistema educativo vigente y comenzaron
a organizarse con distintos fines. La sobrevivencia de estas primeras
organizaciones dependió de la capacidad para atraer nuevos miembros o para
conectarse con otros grupos con ideas similares o idénticos fines pero cada
movimiento estudiantil tuvo diferentes causas. En Chile, por ejemplo, hubo en
1906 una gran protesta por la intervención gubernamental para designar un
rector y como respuesta se fundó la Federación de Estudiantes de la
Universidad de Chile. Al año siguiente, en la Universidad de San Marcos
Lima, se constituyó el Centro Universitario.
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En Argentina también hubo – a comienzos del siglo XX – agitaciones.
En 1903 se produjo una larga huelga en la Facultad de Derecho de la
Universidad de Buenos Aires a raíz de la solicitud de rebaja de aranceles y
reformas en la ordenanza de los exámenes. En 1904, parte de dichos reclamos
fueron escuchados, no así el tema de la eliminación de la Academia. En 1906
hechos similares se reiteraron en la Facultad de Medicina lo que permitió
aunar los intereses de los distintos centros de estudiantes quienes, en junio de
1908, convocaron a constituir una Junta Universitaria Provisoria la que se
transformó, el 11 de septiembre, en la Federación de Estudiantes de la
Universidad de Buenos Aires (FUBA) con un amplio criterio de lucha.
Este contexto posibilitó que un grupo de jóvenes de las diferentes casas
de estudios americanas participaran del I Congreso Internacional de
Estudiantes Americanos que se desarrolló en Montevideo entre el 26 de enero
y el 8 de febrero de 1908 y que puso al descubierto que las universidades
latinoamericanas a comienzos del siglo XX mantenían muchas de sus
estructuras coloniales, además de contar con presupuestos bajos que impedían
el desarrollo de la ciencia y la tecnología como lo estaba necesitando el
incipiente desarrollo industrial de algunos países del continente. Es interesante
destacar que si bien es cierto que la presencia de la mujer en las universidades
de la mayoría de los países latinoamericanos se produjo al filo de los siglos
XIX y XX, su voz se hizo sentir desde esta primera reunión lo que demuestra
que si bien cuantitativamente eran pocas, estaban dispuestas a tener
protagonismo en los movimientos estudiantiles que se produjeron luego.
A partir de entonces, las publicaciones estudiantiles y algunos pensadores
latinoamericanos comenzaron a ejercer como órgano de enlace entre los
distintos movimientos estudiantiles. Dos escritores enfatizaron una fuerte
crítica del paradigma norteamericano: el nicaragüense Rubén Darío y el
uruguayo José Enrique Rodó, pero sería el pensamiento de este último quien
encontraría amplia acogida en las universidades de América Latina. En abierto
rechazo a la invasión yanqui en la guerra de independencia de Cuba en 1898,
éste había publicado en 1900 su obra titulada “Ariel”, donde opuso al
imperialismo norteamericano, la espiritualidad americana; criticando el
capitalismo e imperialismo del país del Norte y sugiriendo para América Latina
formas culturales similares a la de los países de Europa occidental, que
aparecían ante sus ojos como menos agresivos.
Para la época, su fórmula fue un acicate para diversos sectores de la
burguesía latinoamericana del siglo XX, que aspiraban a un pensamiento
nacional, antiimperialista y socialista. Los estudiantes universitarios conocían
su pensamiento y pronto se pronunciaron sin vacilaciones a favor de la Cuba
independiente. Además su tesis se convirtió en la “Biblia” de muchos, en
tanto concebía a la universidad como el medio a través del cual se podía
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conocer la realidad americana y, a la vez, promover una conciencia de
pertenencia a América. Otros contemporáneos a Rodó como Martí,
Vasconcellos, Ingenieros, Carlos Vaz Ferreira, dieron a los movimientos
estudiantiles los elementos necesarios para sostener la necesidad que el
intelectual tenía la obligación de pensar sobre el estado y futuro de su
comunidad en tanto el tiempo histórico así lo requería. Ellos ejercieron gran
influjo en los jóvenes latinoamericanos que comenzaron a reaccionar contra
el positivismo.
Sin embargo, el descontento juvenil que además pretendía lanzar
proclamas americanistas integradoras no modificó la realidad universitaria
y la reforma de fondo se demoraba. Ante esa situación los jóvenes
comenzaron a organizarse y decidieron tomar riendas en el asunto.
Montevideo primero y, luego, Córdoba en 1918, marcaron el punto de partida
de una rebelión contra esa universidad atada a tiempos pasados, a la vez
que demostraron la necesidad de contar con instituciones progresistas,
autónomas y capaces de profundizar los cambios sociales que se necesitaban
acorde a los tiempos que se vivían. Entre medio, hubo otros congresos
donde los jóvenes americanos intentaron imponer el ideario reformista que
incluía una integración continental: Buenos Aires en 1910 y Lima en 1912.
El cuarto encuentro planificado en Santiago de Chile para 1914 fue
suspendido en razón del estallido de la primera guerra mundial.
Luego del 1918 los movimientos estudiantiles se desencadenaron
en América: Lima - Perú - en 1919; La Habana Cuba en 1923 y
México en 1929. Colombia registró en pocos años trece conflictos
estudiantiles que reclamaron mejoras académicas, destitución de algún
rector o implantación de la autonomía. Un referente obligado de esos
movimientos fue Germán Arciniegas que, en los años 1920, editó una
revista denominada Universidad, en cuyas páginas se plasmaron los
ideales de renovación. Desde allí se informó sobre las vicisitudes de
los diferentes movimientos estudiantiles de América denunciando -por
ejemplo- los atropellos contra los estudiantes venezolanos de 1921 o
destacando las actitudes de un talentoso rector de Universidad como
José Vasconcelos en México, a la vez que se incitaba a la nueva
generación latinoamericana a luchar contra las tiranías internas y las
tutelas exteriores y a confiar en su libertad e integridad. Es decir, los
problemas universitarios se mezclaban con ideas latinoamericanistas,
un cierto socialismo liberal y un acendrado anticlericalismo.
Esto se hizo más notable a partir de los años sesenta cuando los
movimientos de liberación nacional y las guerrillas en Latinoamérica
desarrollaron una crítica a las sociedades opulentas del bloque que lideraba
Estados Unidos. Los jóvenes universitarios -que ahora leían a Marcause10
mostraron síntomas de rebeldía. La liberación sexual corrió de la mano de
la incorporación masiva de las mujeres a las universidades. El punto álgido
de dichas protestas fue el Mayo francés del ´68, símbolo de una época de
romántico idealismo pero, a la vez, de un movimiento antiimperialista y
anticapitalista. En esa protesta se plantearon preceptos claves para entender
los sucesos de México de meses posteriores o los de la Argentina de los
años subsiguientes. Infinidad de reclamos estudiantiles de esta época tuvieron
como blanco la lucha contra determinado sistema político lo que los llevó a
realizar alianzas con el sector obrero y sindical.
Por todo lo antedicho es interesante destacar la importancia que tiene
este número de la Revista dedicado a analizar distintos procesos de luchas
estudiantiles en Latinoamérica.